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RAFAEL VILA ALVENTOSA, IN MEMORIAM.

Rafael Vila Alventosa murió en la clínica “9 d’octubre”, de Valencia a las 0’10 horas del domingo 15 de abril del 2012. Unas horas más tarde y cumpliendo sus deseos, sus restos llegaban, en su postrera visita, al convento de las hermanas clarisas -donde había ejercido como capellán durante veinte años- camino del tanatorio, para recibir sepultura al atardecer del lunes (día de san Vicente) en el cementerio de l’Alcúdia de Crespins, precisamente en el nicho que estaba ocupado por su hermano Pascual, enterrado en la misma fecha; pero del año 1936.

Rafael así lo había dispuesto, e incluso había dejado labrada (a falta de la fecha) su lápida sepulcral. Volvía así y ahora de forma definitiva, al pueblo donde nació y al lugar donde están enterrados sus padres y la mayor parte de sus hermanos, a más de tantos familiares y conocidos. Por cierto, muy cerca de su morada final descansa otro sacerdote alcudiense que, medio siglo atrás, hizo su último viaje de una forma muy semejante: el también capellán del convento de las hermanas clarisas, D. Ricardo Martínez y lógicament, en ambos casos, entre los acompañantes se habían mezclado los vecinos de ambas poblaciones.

Había nacido D. Rafael en l’Alcúdia el día 18 de marzo del año 1927 y era el penúltimo de una humilde, numerosa y devota família, que contaba en aquellos momentos ya con diez hijos. Su padre –Alfonso Vila Gosalbes- nació en Sellent (aunque la familia era originaria de Vallada) y tras su matrimonio complementaba el pastoreo de las ovejas con el cultivo de las tierras. La madre –Filomena Alventosa Gómez-pertenecía a una de las familias instaladas en el pueblo tras la repoblación del 1612, si bien por línea materna, descendía igualmente de Vallada (era sobrina-nieta del celebrado Padre Victorio Giner) y a más de atender a la numerosa prole, tenía a su cargo la elaboración del queso (formaget blanc), cuya preparación y distribución ya le era conocida por cuanto venía siendo la ocupación y la base económica de sus ascendientes.

Entre sus recuerdos, tantas veces revividos en los últimos años, estaban los de una infancia apacible, la sorprendente habilidad de que había dado pruebas en el aprendizaje de la lectura, la figura de sus “maestros”: la Sra. Concha, el catedrático jubilado D. Paco Albiñana y D. Miguel Palop, aquella declamación de unos versos ante la Virgen, subido a una mesa por su corta edad, la devoción al Sto. Cristo tan “cercano” a su domicilio en la calle que llevaba –y lleva- su nombre… Pero el estallido de los nefastos hechos del 1936: la muerte de su hermano Pascual a los 10 años y de su madre un mes más tarde, la guerra iniciada en los terribles días de julio, la consiguiente salida de sus hermanos y cuñados hacia el frente… trucó su infancia. En adelante tuvo que ayudar en las tareas familiares y suplir el trabajo de los hermanos mayores ausentes con lo que se fueron al traste muchos sueños; pero …, a pesar de todo algunas vivencias permanecían en el fondo de su ser y de alguna manera vendrían a manifestar-se unos años más adelante.

En 1942 el padre volvió a contraer matrimonio y aunque solo esta situación apenas duró cuatro años, facilitó y aceleró la diáspora de la familia; se casaron varios hijos, otro se fue al servicio militar y se avecindó permanentemente en Las Palmas, otros dos –Vicente y el propio Rafael- marcharon a Extremadura (primeramente a Valencia de Alcántara y luego a Badajoz) al cobijo; pero también en ayuda de la hermana Amparo, cuyo marido –José Mª Vidal, recriado en Canals-, había seguido el ancestral y a la vez novedoso oficio de tantos emprendedores canalenses, abriendo un  almacén de chatarra, trapos, gomas y otros desperdicios en aquellas lejanas tierras.

Rafael había quedado al frente del productivo negocio en Valencia de Alcántara tras el traslado de la familia a Badajoz hacia 1948 y era un joven al que le sonreia el porvenir, llevando una vida bastante “alegre” y con una novia formal cuando fue llamado a filas para cumplir el servicio militar en un cuartel de Badajoz. Y fue en esta etapa de su vida, a mediados de 1950 cuando, habiendo cumplido con la devoción de los “Siete domingos de San José”, oyó la llamada de Dios.

La semilla de la vocación creció rápidamente, con el consiguiente asombro de familiares y conocidos. Dejó la novia y el negocio y, soportando el enfado de su cuñado, ingresó en el seminario de san Atón, de Badajoz, donde con la ayuda del sacerdote D. Luís Moreno fructificó su tardía vocación. También fue mayúscula la sorpresa para su padre, los demás hermanos y los conocidos de l’Alcúdia; pero en este caso la reacción fue positiva. Personalmente recuerdo algunas de las visitas que realizaba al pueblo por aquellos años, así como el viaje a Fátima, con su padre, en 1952, que era tal vez su primera peregrinación al santuario con el que tantos lazos llegaría a estrechar a lo largo de casi medio siglo, (el obispo de Leirá-Fátima delegó en él –en 1997- la traducción al portugués de algunos textos del proceso de beatificación de los hermanos Jacinta y Francisco), culminando con la entrega al Papa Juan Pablo II –en el año 2000- de una copia del Santo Cáliz de la Cena, realizado con metales y piedras preciosas por encargo, hecho personalmente, a un orfebre valenciano.

Durante el verano de 1956 llegó a la familia la noticia de su ordenación como diácono y se iniciaron los preparativos para el momento feliz de su ordenación sacerdotal (el día de san Pedro de 1957) y la celebración de la 1ª misa en la parroquia de san Onofre. El día elegido para este magno y por aquel entonces “desconocido” acontecimiento fue el domingo 14 de julio. El recuerdo de aquellos días se mantiene aún muy vivo en mi memoria y supongo que también en  la de muchos vecinos, no sólo de l’Alcúdia sino también de Canals.

Ese verano lo pasó en el pueblo y en años sucesivos sus visitas se hicieron más frecuentes. El día de la 1ª misa dio la comunión a cuatro de sus sobrinos, después oficiaría en bodas familiares y atendió a su padre en sus últimos días hasta su fallecimiento el 18 de marzo de 1965; pero su misión continuaba estando en la diócesis de Mérida-Badajoz, atendiendo la parroquia del pueblo agrícola de Llera (donde pude comprobar, años más tarde, el cariño de sus feligreses) y a partir de 1963 llevando a cabo una decidida actuación social y cultural en una barriada de Mérida.

Por recomendación de su obispo dedicó unos años a los estudios que no había podido realizar en su juventud y a costa de duro y tenaz esfuerzo, consiguió aprobar las asignaturas que le restaban para obtener la licenciatura en Filosofía por la universidad de Comillas (1966) y seguidamente convalidarlos –mediante nuevos estudios- por el título oficial en la universidad Central de Madrid (1969).

Tales ocupaciones no le apartaron de su labor pastoral; mas, nuevamente a instancias del obispado, se vislumbró y propició el inicio de un nuevo proyecto, en este caso educativo, comenzando su carrera docente dando clases en el seminario y en el instituto de “Sta. Teresa” de Badajoz.

Es durante el verano de 1971 cuando por problemas de salud, dio el salto y se trasladó hasta la incipiente urbanización de la Serretella, donde ya mantendría su residencia durante cuarenta años. Había llegado con el nombramiento de profesor interino en el instituto “José de Ribera” de Játiva y en lo eclesiástico, colaboró en un primer momento con el párroco de l’Alcúdia hasta que, un año más tarde (septiembre del 1972), se hizo cargo de la parroquia de Ayacor.

Durante las cuatro décadas posteriores fue un canalense más; pero un canalense distinguido que, si para unos era el párroco de las pedanías (Ayacor y la Torre Cerdá), para otros el profesor de Latín/Filosofía en el centro local, que entonces venía funcionando como sección delegada de Canals y que, poco más tarde y ocupando el cargo de subdirector (1975), se esforzó y logró (con la colaboración de D. Leandro Tormo y la necesaria actuación del ayuntamiento en la consecución de este objetivo) transformar en Instituto Nacional, mientras que para los sacerdotes de las parroquias cercanas fue considerado siempre una ayuda valiosa y en el decir de muchos vecinos, actuó como bálsamo que mitigaba sus heridas. Recuerdo con cierta añoranza las misas dominicales en la iglesia de Ayacor, tan repleta de “feligreses” de los pueblos cercanos y siempre sin apartar la mirada de sus familiares a los que “devolvió” la herencia paterna cuando a causa de una doble expropiación, tuvo que ceder los campos que habían venido trabajando sus antepasados.

Fue durante estos años – entre 1973 y 1982- cuando el tele-club se convirtió en un activo centro cultural, se construyó la casa abadía, se reformó la iglesia de la Torre dels Flares, se “independizó” el Francesc Gil, se levantó el actual conjunto religioso-cultural de Escora, la Serretella se convirtió en un enclave residencial…

En este último año la vida de D Rafael dio un giro importante; ese verano aprobaba las oposiciones para profesores de bachillerato en su especialidad de Filosofía y tenía que elegir una vacante para integrarse en el correspondiente escalafón nacional. Dejaba Canals para ocupar plaza en la localidad alicantina de Almoradí; pero la estancia en el nuevo destino fue corta, tan sólo durante el curso 1982-1983 y en el siguiente pudo volver al Francesc Gil, ahora ya con la categoría de profesor propietario.

Mas el hecho de ocupar una plaza de funcionario le impedia –de hecho, aunque no de derecho- recibir cualquier encargo parroquial, aunque pudo seguir ejerciendo su labor sacerdotal como capellán del convento de las hermanas clarisas, cuyo nombramiento recibió con fecha 6 de septiembre de 1983 y en esta misión se mantuvo hasta el 14 de noviembre del 2011 cuando, vencido por la enfermedad, tuvo que trasladarse a la residencia sacerdotal “Betania” de Quart de Poblet, donde al cuidado de las hermanas reparadoras de Betania y de los médicos del hospital “9 d’octubre”, pasó los últimos meses de su vida, abandonándose en Dios y aceptando con suma resignación su cercano final.

De los últimos años en la Serretella no es necesario insistir. Su casa fue la sala de trabajo utilizada habitualmente para las reuniones de los sacerdotes del arciprestazgo, un lugar de acogida para familiares y de descanso y solaz para los compañeros y amigos. Su sueldo como profesor sirvió para ayudar a la iglesia diocesana, entidades y centros de caridad, conventos, ONG’s, asociaciones diversas y también a particulares; su disposición para suplir a los pàrrocos vecinos en las ausencias era bien conocida, sus alumnos suelen guardar inmejorables recuerdos de sus enseñanzas y de la actuación ejemplar como capellán de las clarisas dan cumplida satisfacción la comunidad y los numerosos feligreses que acudían habitualmente a sus eucaristías. No era exactamente lo que decimos una persona “popular”; sino más bien un personaje asequible y al mismo tiempo respetado y los sobrinos hemos visto con satisfaccion y agradecimiento las abundantes y cariñosas muestras de preocupación por la enfermedad y de condolencia tras su fallecimiento.

Últimamente tenía una especial preocupación por el destino de sus bienes. Ya he indicado que la familia –hermanos y sobrinos- había sido, en los años noventa, receptora de las indemnizaciones obtenidas de las expropiaciones de las tierras heredadas y decidió dejar el chalet, las tierras de la Serretella y el dinero existente en la cuenta bancaria a la iglesia, concretamente a las diócesis de Badajoz y Valencia. Así lo hizo constar en su testamento de marzo del 2007 y vigente al tiempo de su fallecimiento; pero también deseó dejar en Canals un legado perdurable y con una finalidad formativa con marcado sello “familiar”.

Lo había intentado, sin éxito en 1988 y en 1995, con la salvaguarda del arzobispado e inició el proyecto definitivo en 2010. Este legado, que actualmente se encuentra a medio camino entre proyecto y realidad, consiste en la donación (con formalización y acto notarial del 23 de septiembre de 2010) de la casa y parcelas contigüas a un instituto religioso: los “Discípulos de los Corazones de Jesús y María”, que tienen, entre otros fines, “El acompañamiento de la vida de las familias y su crecimiento” con el ofrecimiento de actividades diversas para la formación de los niños y jóvenes. Su título es el de “Reina de las Familias”, su ubicación se encuentra, lógicamente, en el chalet ya adaptado para pequeña “residencia” y su estandarte ha de ser la capilla, adosada a la casa y comenzada a construir en los primeros meses del 2012. La obra, sin embargo y por diversos problemas, permanece hasta el momento inconclusa.

Los sobrinos, a pesar de no ser sus herederos legales (ni materiales), nos consideramos, no obstante, por imperativo moral, custodios de su voluntad y con la asumida obligación de ayudar e impulsar la concreción del proyecto, hasta lograr la completa y total puesta en funcionamiento del Centro que, en definitiva, ayude a mantener, como él deseo, la memoria de la familia: el legado de la familia Vila Alventosa y en ese empeño estamos.

 

A.V.M.

Un comentario

  1. José Pozo José Pozo 11 de agosto de 2023

    Hoy de una forma fortuita he encontrado este artículo y me siento emocionado al leerlo pues este señor sacerdote le conocí teniendo yo 7 años y fui uno de sus monaguillos en Merida bda de la paz de la que fue párroco.Gracias a,el pude estudiar bachillerato en los p.p Salesianos .colegio de élite y donde sólo podían estudiar los que pertenecían a familias pudientes.yo con mi padre peón de albañil y 8 miembros en mi familia gracias a D. Rafael Vila Alventosa pude estudiar en ese colegio pues mi primer año lo sufrago el .desde aquí mi inmensa gratitud a su persona y ojalá volvamos a vernos y desde el cielo lugar que se que habitas interceda por mí mientras dure mi viaje aquí en la tierra.

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